27.11.09

Autorretrato sin fecha.-
















“ Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño?
Por una manzana que se le ha perdido.
Yo le daré una. Yo le daré dos.
Una para el niño y otra para vos. ”
Don Juan (Carlos Castaneda).

Sentado sobre una piedra
vi la felicidad pasar.
Era una estrella que caía
veloz como mis ideas.
No tenía nada entre mis manos
solo la piel que un Dios,
eterno y fiel,
me había dado.
Un joven, quién sabe,
de qué infinita edad,
sentado en su altar
controlaba el poder en las ciudades.
Su sabiduría era
la de muchos números
que solo la magia
podía saber descifrar.
Sentado sobre la piedra
vi al río moverse.
Era un océano rápido
qué danzaba junto al viento.
Tenía mucho dentro mío,
entre las venas corría,
la fuerza y el valor que
un amigo me dio.
Pero nada de amor,
ni él ni yo,...
los dos teníamos el mismo
destino entre muchos corazones.
Puede ser que uno haya
querido ser más,... pero
nunca el Sol será
eterno Dios maya.
Pronto sentí el fuego,
peligrosa arma,
crecer cerca mío
como un enemigo que se ama.
El joven sentado
descubría el último número
en la pantalla líquida
de su mundo,... el primero.
El primer indicio
para poder conquistar
el humano vicio
de poder volar.
Volar tan alto
como el cóndor,
amigo mío en sueños alados,
enemigo suyo por honor.
Sentado sobre una piedra
descubrí mi patria,
que no era su patria
ni la del amigo,
qué él también amaba.
Volar tan alto
como el cóndor,
amigo mío por honor,
naturaleza y amor.
Amor perdido por el tiempo.
Naturaleza muerta por el hombre,
que sentado seguía
pensando en el otro honor.
Pronto me puse de pie
y dejé la piedra,
que el río se la llevó,
libre al océano.
Caminé, pensé y lloré,
hasta llegar a la Luna.
Ella me mostró solo un rostro.
Caminé, pensé y seguí llorando.
Hablé con el fuego
el idioma de los locos
y él me explicó que,...
el juego era la traición.
Me contó historias sin fin
que me sirvieron para mí,
solo para mí,
caminé, pensé y seguí... llorando.
Mientras vos, quién sabe,
dónde estabas vos,
escuchando el ruido y
sintiendo el Sol.
Pronto el cielo se nubló,
y la fuerte lluvia caía
sobre su dominado pueblo.
Triste miraba por el cristal.
Caminé, pensé y sonreí.
Fue el momento más largo,
más largo para mí.
Las llamas se encendieron
sobre la calle gris,
mi cuerpo mojado
comenzó a reír.
Tanto miedo dentro de mí
me hizo huir.
Una cueva, un refugio,
una guarida de ti.
Relámpago de frenesí.
Todo su poder controlado
en mi mente,
la locura y la agonía.
Pronto,... ya no sentí.
Desperté después del último sueño
y su tristeza se había ido
junto con el viento.
La ciudad estaba seca.
Comprendí que solo fue...
una ilusión,
él dominaría siempre
sobre mi Dios.
Había conquistado
el último número,...
el primero.
También al Sol.
¿Quién sabe dónde está
la llave del amor?
¿Quién sabe dónde está,...
quién sabe adónde ir?
¿Quién sabe adónde ir
a buscarla, por favor?
¿Quién sabe tanto?
¡Yo no!
Caminé, pensé y volví a llorar.
Descubrí la puerta cerrada
y me sentí un ladrón.
Eran las 10 y me fui a dormir.
Su voz fría
adentro de mí.
Era un sueño oscuro,
tan largo y sin fin.
La llave por un momento la vi,
fue durante ese sueño oscuro,
por tres veces la vi y...
por otras tres la sentí.
Era como mirar a la Luna
en una noche negra y...
sentirla a ella
entre las piernas.
Claro, que el amor,
no se logra tan fácil
con un trago de tu vino,
dulce y envenenado.
Te amo y no por eso
dejo de odiarte,
sentado en tu trono
controlas a los que amo y a ti.
Te perdonaría si me dijeras
tu nombre, dónde estás y
quién te trajo hasta aquí.
Hablaría con el fuego por ti.
Nunca hablaste con tu pueblo,
pero la cárcel no te lo impedía.
La música tiene muchas notas
y... todas dijeron mentiras.
Pronto me sentiría parte de ti,
pero me di cuenta de mí.
Caminé, pensé y después lloré,
junto al cristal...
Hoy lo cuido con respeto
sabiendo que solo tú
lo puedes destruir,
sí lo deseas, puedes.
Por eso te amo y no dejo
de odiarte, sentado
en tu trono del mismo cristal,
dominas lo que amo y a ti.
Somos simples títeres y...
en algún momento
dejamos de actuar,...
¿quién sabe amar?
Caminé, pensé y volví a llorar.
Odio no poderme
mover más
hasta el altar.
Había llegado hasta la cima
y yo era él,
quién dominaba al mundo
y... no podía ver.
Caminé, pensé y...
ya no volví a llorar.

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